Definitivamente hay palabras que no salen del corazón, ni del cerebro sino que son impulsos en momentos que estamos como locos con varias cosas a la vez. Todos reconocemos lo que no deberíamos decir algunas veces, dejando a nuestros hijos sintiéndose lastimados, enojados, o confundidos.
A continuación algunos de los tropiezos verbales más comunes que los papás y mamás hacen, y cómo utilizar las alternativas más gentiles y amables.
1.- “¡Dejame en paz!”
Si rutinariamente le dices a tus hijos “no me molestes” o “estoy ocupado”, ellos interiorizan este mensaje, dice la doctora Suzette Haden Elgin, fundadora del Centro de Estudios de Idiomas Ozark, en Huntsville, Arkansas. “Ellos empiezan a pensar que no tiene sentido hablar contigo porque siempre te los estás sacando de encima. “Si estableces ese patrón cuando tus hijos son pequeños, es menos probable que te digan cosas a medida que van creciendo”.
2.- “Eres tan…”
Las etiquetas son atajos que engañan a los niños: “¿Por qué eres tan malo con Ana?” o “¿Cómo puedes ser tan torpe?”.
A veces los niños nos escuchan hablando con otras personas: “Ella es la tímida”. Los niños pequeños creen todo lo que escuchan sin cuestionarlo, incluso cuando se trata de ellos mismos. Así que las etiquetas negativas se pueden convertir en profecías auto-cumplidas.
Muchos padres aún pueden recordar vívida y amargamente a sus propios padres cuando les decían cosas como “eres tan inútil” (o “flojo” o “estúpido”).
Un enfoque mejor es enfrentar una conducta específica y dejar los adjetivos referentes a la personalidad de tus hijos, fuera de la jugada. Por ejemplo, “A Ana le dolió mucho cuando le dijiste a todos que no jugaran con ella. ¿Cómo podemos hacerla sentir mejor?”
3.- “¡No llores!”
Variaciones: “No estés triste.” “No seas un bebé.” “Ya, ya – no hay razón para tener miedo”. Pero los niños sí se molestan lo suficiente como para llorar, especialmente los niños más pequeños, que no siempre pueden expresar sus sentimientos con palabras.
Ellos se ponen tristes. Y también se asustan. Es natural querer proteger a un niño de esos sentimientos.
En vez de negar que tu hijo se siente de una manera particular, cuando obviamente es así, reconoce dicha emoción desde un principio. “Seguro que es muy triste que Juana te diga que ya no quiere ser tu amigo.” “Sí, las olas pueden dar miedo cuando no estás acostumbrado a ellas. Pero vamos a pararnos aquí juntos y dejar que nos hagan cosquillas en los pies. Te prometo que no te voy a soltar de la mano”.
Al nombrar los sentimientos reales que tiene tu hijo, le estás enseñando las palabras para que se exprese, y le enseñarás lo que significa ser empático. Finalmente, él va a llorar menos y comenzará a describir sus emociones en lugar de llorar.
4.- “¿Por qué no puedes ser más como tu hermana?”
Tal vez parezca de gran ayuda poner a algún hermano o amigo como un ejemplo a seguir. “Mira cómo Pedro se abrocha tan bien su campera”, podrías decir. O “Walter ya utiliza el inodoro, entonces, ¿porque no puedes hacerlo tú también?”
Pero las comparaciones casi siempre son contraproducentes (y odiosas como dice el dicho). Tu hija es ella misma, noPedro ni Walter. Es natural que los padres comparen a sus hijos en busca de un marco de referencia sobre sus logros o su comportamiento, según los expertos. Pero no dejes que tu hijo te escuche haciéndolo.
Los niños se desarrollan a su propio ritmo y tienen su propio temperamento y personalidad. Al comparar a tu hijo con alguien más implica que quisieras que fuera diferente.
Las comparaciones tampoco ayudan al cambio de comportamiento. Al presionar a que hagan algo que no están preparados para hacer (o que no les gusta hacer) puede ser confuso para un niño pequeño y puede dañar su autoestima.
En vez de eso, trata de alentar sus logros hasta ahora: “¡Wow!, metiste los dos brazos en tu campera vos solito!” o “gracias por avisarme que necesitás que te cambie el pañal”.
5.- “¡Deberías saber que eso no se hace!”
Al igual que las comparaciones, las burlas rápidas pueden lastimar mucho en formas que los padres nunca han imaginado.
Por un lado, el niño tal vez en verdad no sabía que no debía hacer eso. El aprendizaje es un proceso de ensayo y error. ¿En verdad entendió el niño que levantar una jarra pesada sería difícil de para él? Tal vez no le pareció tan llena, o se veía distinta a la jarra de la que se sirvió con éxito por sí mismo en el jardín. He incluso si cometió el mismo error tan sólo ayer, tu comentario no es ni productivo ni lo apoya.
Dale a tu niño el beneficio de la duda, y sé específico. Decile: “me gustaría más que lo hicieras de esta manera, gracias”.
6.- “¡Ya basta o te daré una razón para que llores!”
Las amenazas por lo general son resultado de la frustración de los padres, y rara vez son eficaces.
Lanzamos advertencias como por ejemplo “¡si no haces esto ya verás!” o “¡si vuelves a hacer eso, te voy a dar un castigo!”.
El problema es que tarde o temprano vas a tener que cumplir las amenazas, o de lo contrario, estás preverán su poder. Las amenazas de golpizas llevan a más golpizas, lo cual ha demostrado ser una manera ineficaz para cambiar comportamientos. No uses la violencia ni verbal ni física.
Incluso con niños mayores, no existe una estrategia disciplinaria con resultados infalibles a la primera. Así que es más efectivo desarrollar un repertorio de tácticas constructivas, como el cambio de rumbo, sacando al niño de cierta situación, o con tiempos fuera, en vez de confiar en aquellas tácticas que han demostrado tener consecuencias negativas, incluyendo amenazas verbales o golpes.
7.- “¡Ya verás cuando llegue papá!”
Este cliché tan familiar para la crianza de los hijos no sólo es otra forma de amenaza, sino que también diluye la disciplina.
Para ser efectiva, tenes que hacerte cargo de una situación por vos misma de inmediato. Si posponés las medidas disciplinarias, no va a haber conexión entre las consecuencias y las acciones de tu hijo.
Para cuando llegue el papá a casa, muy probablemente ya se le habrá olvidado a tu hijo lo que había hecho mal.
Alternativamente, la agonía de la anticipación de un castigo puede ser mucho peor de lo que se merecía por el crimen original. Pasar la pelota a otra persona también debilita tu autoridad.
El niño puede pensar: “¿Por qué debo de escuchar a mamá si ella no va a hacer nada de todos modos? ”. Y otra cosa más, también importante, es que estás poniendo a tu pareja en un papel del policía malo que no se merece.
8.- “¡Apúrate!”
¿Quién en este mundo de cita tras cita, horarios llenos, déficit de sueño, y gruñidos por el tráfico no ha pronunciado estas palabras inmortales?
Si estás empezando a quejarte, gritar, o suspirar cada día y golpeando el piso con el pié, ¡cuidado!
Hay una tendencia de hacer que nuestros niños se sientan culpables por hacernos correr cuando tenemos prisa. La culpa puede hacer que se sientan mal, pero no los motiva a moverse más rápido.
Busca la manera tranquila de apresurar las cosas.
9.- “¡Muy bien hecho!” o “¡Qué buena niña!”
¿Qué podría estar mal con elogiar? Después de todo, el refuerzo positivo es una de las herramientas más eficaces que tiene un padre.
El problema está cuando los elogios vienen vaga e indiscriminadamente. Diciendo a cada rato “¡buen trabajo!” por cada pequeña cosa que haga tu hijo -desde acabarse la leche hasta hacer un dibujo- le quita significado. Los niños comienzan a ignorarlo. También pueden ver la diferencia entre los elogios por hacer algo rutinario o simple y los elogios por un esfuerzo real. Para dejar la costumbre de tal efusividad.
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