¡Qué hacer ante tantas preguntas!
Asesoró: Lic. Francis Rosemberg . Autora de “Guía para Nuevos Padres – Respuestas de hoy a preguntas de siempre”.
Comúnmente, entre los 2 y 4 años de edad los niños comienzan a pronunciar infatigablemente: ¿por qué tal cosa? y ¿por qué tal otra? Para los padres, las principales dificultades radican en mantener la coherencia en sus respuestas y soportar la insistencia de las preguntas.
“¿Por qué tengo que ponerme la campera? ¿Y por qué esto es azul? ¿Por qué no puedo subirme ahí arriba? ¿Por qué eso es un colectivo? ¿Y por qué…? ¿Y por qué…? ¿Y por qué…?”
Y tantos son los por qués, que terminamos cansados contestando… “¡Y porque sí, nene, porque sí!!!”
Bendita edad la que va entre los 2 y los 4 años, cuando nuestros hijos empiezan con el “No” y siguen después con los “¿Por qué?”
Hermosa edad ésta, en la que ellos toman distancia del adulto significativo para poder ser ellos mismos, diferentes y diferenciados, separándose de sus madres (o padres o de aquella persona que se ha ocupado de ellos).
- Ponete la campera Pablito, que vamos a salir.
- ¡No!
Pero… ¿qué ocurre? Aunque diga lo contrario, Pablito se pone su campera porque lo que más desea es ir de paseo, pero su actitud primera es de negativismo.
El negativismo y los porqués
En realidad, en ese NO de oposición, el niño se reafirma en su identidad, porque confrontando con el adulto se discrimina y se separa de él, adquiriendo su propia personalidad y afirmándose como sujeto autónomo.
Los padres no deberían luchar contra ese NO. Resulta conveniente aceptar y contener esta “agresividad primaria” que surge del deseo y la necesidad de discriminarse cuando, después de la fusión con su madre, comienza el proceso de “individuación”, de construcción de sí mismo.
En esta etapa los chicos empiezan a decir YO. Ya no son más “el nene” o “Micaela”, sino “YO”, denominándose a sí mismos en primera persona y diferenciándose del otro (adulto) en ese proceso de separación emocional, de construcción de la identidad.
A medida que pasan los meses los chicos van desplegando cada vez más sus competencias motrices, del lenguaje y del pensamiento.
Y esas experiencias de acción sobre los objetos concretos, del juego y también de la palabra que los nombra, esa información externa, va metabolizándose y conformando las primeras imágenes mentales, las representaciones y el pensamiento.
Así como exploran el espacio descubriendo las leyes que rigen el mundo que los rodea y observan los efectos que sus acciones provocan, también a través del lenguaje y del pensamiento los niños comienzan a investigar y relacionar causas y consecuencias, acciones y reacciones, conductas y efectos, medios y fines.
Desde los primeros días de vida, el bebé se ha lanzado a la exploración de su cuerpo y de su entorno, al descubrimiento de sí mismo y del mundo a su alrededor para asegurarse su dominio. Hay en él un “impulso epistemofílico” o, como lo llamarían las abuelas en forma más sencilla, una curiosidad (inherente a su ser niño) que lo lleva a explorar y conocer. Habitan en él el deseo de saber, la necesidad de comprender, el placer del descubrimiento y de la adquisición de conocimientos, que se manifiestan tempranamente en la acción y que se prolongarán en las innumerables preguntas que planteará después, cuando descubra que puede hacer cosas a través de su actividad y también a través de las palabras.
El trabajo de la inteligencia, la actividad de pensar, se nutre de ese deseo de conocer, de la falta, de la necesidad de anticipar, es decir saber antes de que ocurra cuál será el efecto de una acción.
Diferentes tipos de ¿por qué…?
Entre los 3 y 4 años empezamos a ser acosados con esa pequeña e ingenua pregunta, que se desencadena muchas veces, como una verdadera ráfaga de agudos porqués…
Sin embargo, esos “¿por qué?” no son todos iguales.
En un principio, tenemos los que son continuación de aquel ¡NO! de oposición al deseo de su madre, de quien busca discriminarse y tomar distancia:
- Facu, ¡en un ratito hay que ir a bañarse!
- ¿Por qué?
Están aquellos otros que cuestionan lo que el adulto cree conveniente hacer con el niño:
- Agu, vení que te peino y te hago una trenza…
- ¿Y por qué?
- Para que estés muy linda cuando llegue la abuela…
- Y porqué tengo que estar muy linda…etc…etc…
Y están aquellos otros -herramientas para la exploración de las leyes que rigen el mundo- que cuestionan acerca de causas y efectos, causas y consecuencias:
- Manu, ¡agarrá el vaso con las dos manos!
- ¿Por qué?
- Porque si se cae se rompe.
- ¿Y por qué se rompe?
- Porque es de vidrio.
- ¿Y por qué el vidrio se rompe?
Y así podría seguir preguntando hasta el infinito. Tal vez, esa ansiedad de saber, esa curiosidad insaciable, tiene que ver con otra pregunta, con la búsqueda de una respuesta que tangencialmente roza todas las preguntas, con la pregunta filosófica y existencial que va más allá del mundo de la física.
Celeste, 5 años:
– Mamá, ¿las nenas tienen pitulín?
-¿Y vos qué pensás?
-Nooo…Las nenas tienen vagina, los varones tienen pitulín! ¿Por qué las nenas tienen vagina y los varones tienen pitulín?
-Mi papá tiene pelitos ahí, yo lo vi. sin querer…¿Por qué los niños y las niñas no tienen pelos ahí…?
Como se puede apreciar, todos estos cuestionamientos están vinculados con esa gran pregunta que es de dónde vienen los bebés, es decir con el origen mismo de la vida. Si bien los chicos no son filósofos, sí pueden hacer “pellizcos filosóficos”. Y los chicos se cuestionan los grandes temas humanos: la vida y la muerte, el amor, la agresividad, los miedos, las alegrías, las pérdidas, las angustias…
Pero en definitiva: ¿qué hacemos con tantos porqués?
Algunos responderemos, siempre hasta donde nuestros “locos bajitos” lleguen con su estatura, nunca más allá de su comprensión, pero tampoco evitando una respuesta que abra las puertas a la comunicación. Comunicación que necesita de nuestra capacidad de escucha y también de nuestra posibilidad de acordarentre el deseo (o la necesidad) del niño y el deseo (y la disponibilidad) propia. Y llegado el momento en que ya nuestras fuerzas flaqueen, cansados de tanta pregunta, podremos arrogarnos nosotros también el derecho de recurrir a alguna pregunta.
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